“Civilisation” — by Jaime Torres Bodet; translated by Erwin Arroyo
Original Spanish version:
“Civilización” — by Jaime Torres Bodet
Un hombre muere en mí siempre que un hombre
muere en cualquier lugar, asesinado
por el miedo y la prisa de otros hombres.
Un hombre como yo; durante meses
en las entrañas de una madre oculto;
nacido, como yo,
entre esperanzas y entre lágrimas,
y -como yo- feliz de haber sufrido,
triste de haber gozado,
Hecho de sangre y sal y tiempo y sueño.
Un hombre que anheló ser más que un hombre
y que, de pronto, un día comprendió
el valor que tendría la existencia
si todos cuantos viven
fuesen, en realidad, hombres enhiestos,
capaces de legar sin amargura
lo que todos dejamos
a los próximos hombres:
El amor, las mujeres, los crepúsculos,
la luna, el mar, el sol, las sementeras,
el frío de la piña rebanada
sobre el plato de laca de un otoño,
el alba de unos ojos,
el litoral de una sonrisa
y, en todo lo que viene y lo que pasa,
el ansia de encontrar
la dimensión de una verdad completa.
Un hombre muere en mí siempre que en Asia,
o en la margen de un río
de África o de América,
o en el jardín de una ciudad de Europa,
Una bala de hombre mata a un hombre.
Y su muerte deshace
todo lo que pensé haber levantado
en mí sobre sillares permanentes:
La confianza en mis héroes,
mi afición a callar bajo los pinos,
el orgullo que tuve de ser hombre
al oír -en Platón- morir a Sócrates,
y hasta el sabor del agua, y hasta el claro
júbilo de saber
que dos y dos son cuatro...
Porque de nuevo todo es puesto en duda,
todo se interroga de nuevo
y deja mil preguntas sin respuesta
en la hora en que el hombre
penetra -a mano armada-
en la vida indefensa de otros hombres.
súbitamente arteras,
las raíces del ser nos estrangulan.
Y nada está seguro de sí mismo
-ni en la semilla en germén,
ni en la aurora la alondra,
ni en la roca el diamante,
ni en la compacta oscuridad la estrella,
¡cuando hay hombres que amasan
el pan de su victoriacon el polvo sangriento de otros hombres!
English translation:
“Civilisation” — translation by Erwin Arroyo
A man dies inside me —
whenever and wherever a man falls, murdered
by another man’s fears and hurries.
A man like me; concealed for months
within his mother’s womb;
born, like me,
into hopes, into tears,
and — like me — rejoicing in yesterday’s scars,
lamenting my bygone delights,
made out of blood and salt and time and dreams.
A man who aspired to be greater than a man
and who, so soon, one day understood
the attainable value of existence
if all the living
were, actually, upstanding men,
bitterlessly bequeathing
what we all leave behind
to the subsequent men:
The love, the women, the twilight,
the moon, the sea, the sun, the crop field,
the cold of the pineapple slice
over an autumn's lacquered plate,
the dawn in their eyes,
The coastline in their smiles
and, in all that comes, and in all that goes,
the yearning to find
the completeness of truth’s dimension.
A man dies inside me whenever in Asia,
or on the bank of a river
in Africa or America,
or in the garden of a European city,
The bullet of a man kills a man.
And its death dismantles
everything I thought I had built
within me with permanent stone blocks:
The trust in my heroes,
my fondness of silence under the pine trees,
the pride I had in being a man
when hearing — in Plato — Socrates’ death,
And even the taste of water,
and even the sheer joy of knowing
that two plus two equals four…
For, once again, everything is uncertain,
once again, everything is questionable
leaving thousands of questions unanswered
at the moment when the man
penetrates — gun-handed —
into other men’s defenceless life.
suddenly, cunningly,
strangled by his roots.
And nothing is sure of itself
— not even the seed in the germ,
not even the lark at daybreak,
not even the diamond in the rock,
not even the star in the cuddling darkness,
when men knead
their victorious bread
with the bloody flour of other men!